miércoles, abril 19, 2006

M#8 Broche de oro (Marianadástrofe)

El domingo me decidí y me puse a limpiar. No es que estuviera todo terriblemente mugriento. La verdad es que todavía no estoy en esa época en la que me la paso arrancándome los cabelios frente a la computadora intentando escribir la menor cantidad de sanata en alguna monografía para la facultad, lo cual me imposibilita aún de lavar mis tazas de té y de café que van formando una fila sobre la mesada igual a la del banco cinco minutos antes de cerrar, y cuanto más de pasarle un trapo al piso o sacarle el polvo a los muebles del living. No, no era el caso, estaba todo más o menos bien. Pero justamente, para que todo siguiera bien, limpio, lindo, precioso, el domingo me decidí y me puse a limpiar.

¡Quedó tan impecable! En el living descubrí que atrás de un florero bajo la cómoda de al lado de la ventana, hay más piezas de alfarería que hice allá por el año ’94. No son de las más feas. Hay unas muy deformes que lleno con arena y las pongo para sostener los libros de la biblioteca, éstas son bastante menos deformes. Se me ocurrió, entonces, que podría llenarlas de arena y también ponerlas para sostener libros de la biblioteca; bueno, pero otro día, mejor sigo limpiando acá, y acá, y acá, y acá...

Después pasé por el baño que es de las partes más preciosas de mi casa, sobre todo después que me puse de plomera una mañana y cambié todo el sistema de la cadena del inodoro. Para los que hayan venido a casa el año pasado, se acuerdan que siempre había algún problema y había que bajar el agua tirando del alambrecito... ¡Ya no! ¡Ahora hay botón y funciona! (como en cualquier baño razonable.) Y bueno, además de eso es lindo (el baño, digo) porque tiene un cuadrado en el techo por donde pasa la luz natural, lo cual es bueno para el potus que crece de manera kitsch en la bañadera.

De ahí pasé a la habitación principal, donde también quedó todo divino, salvo arriba de la cómoda que me resulta directamente imposible ordenar o, cuando lo logro, se desordena en medio día, y yo no sé por culpa de quién. Se desordena solo, te lo juro.

La cocina es la parte más limpia de mi casa, junto con el baño, así que por ahí pasé rápidamente. Y por el pasillo también porque es bastante fácil, a pesar de las telarañas que se pegan –no sé qué tienen, pienso que Voligoma o algo así- debajo de la cómoda (¡cuántas cómodas en casa! Deben llamarse distinto y yo no sé) y resulta complicado de sacar: hay que dar vuelta la aspiradora (la parte que aspira, no toda la aspiradora) y meterla así, boca arriba, entre el piso y la cómoda (que tiene unos piecitos) tratando de sobrellevar los relieves de la madera y absorber las colonias de arañas que se abrigan ahí. En general no me meto con las arañas de mi casa, a menos que se metan conmigo. Una vez, por ejemplo, una se bajó justo entre mis ojos y el monitor de la compu. Fue como un suicidio, pobre araña, ¿a quién se le ocurre molestar a la giganta así? (La giganta ce muá, ofcors.) Y otra vez, cuando tenía visitas en casa, una araña bastante poco tímida –por su tamaño, digo, además de la actitud- se bajó en su hilo en medio del pasillo, donde yo estaba preparando un trago riquísimo para una de mis invitadas. Fue todo uno (siempre quise escribir “fue todo uno”): tomarla desde el hilito y bajarla al piso para darle un suelazo con mi sandalia.

Pasé por fin al escritorio, lugar que suelo llamar Zoom, Zalón de Oosos Múltiples. Es un lugar para hacer de todo: trabajar, estudiar, escuchar música, ver películas con sonido surraun, cantar, leer, escribir, esperar a que se te pase el chichaqui -“resaca”, en ecuatoriano-, y por supuesto portarse como una osa: desperezarse, domir, apachurrarse, beber, comer y muchas cosas más.
Pasé y ¡puf!, me detuve un segundo antes de empezar. Un segundo que sirvieron para dos respiraciones y ningún pensamiento. Bastaría medio pensamiento para largar aspiradora y todo y ponerme a hacer cualquier otra cosa, incluso estudiar. De hecho, a esa altura lo que me torturaba era saber que me faltaban al menos dos textos para leer para la clase del día siguiente. Sin embargo, miré incrédula los libros en sus estantes y me dije, sin creérmelo, “hoy los voy a ordenar”. Así que, todavía sin darme ni dos gramos de crédito, me puse a ordenar todos mis libritos de las dos estanterías. Empecé con la que está en la pared que da al living, ésa que pasó unos cuantos meses y todas las vacaciones con dos ménsulas muy sueltas, casi a punto de desmoronarse porque la pared es del año '30 y muy arenosa a pesar de muy gruesa. Era gracioso oír a cada tanto y sobre todo por la noche los pequeños estallidos de la ménsula corriéndose milímetro a milímetro hacia fuera y comprobar cada mañana que pese a todo, el estante seguía ahí y los libros también. Eso, por fin lo arreglé a principios de este año. Cambié las ménsulas y puse tarugos más grandes.
Después seguí con la que está en la pared que da al baño. Ésa se portaba bien. Siempre firme, derecha, nunca un estallidito ni nada. Saqué todos los libros, los ordené por tema y autor en el piso y los volví a poner sobre los estantes. Ya estaba terminando cuando noté que el estante inferior estaba un poco flojo, no la ménsula, ésa estaba bien, pero el estante se resbalaba sobre ella, como un patín. Así que hice pucherito tres veces y volví a sacar todos los libros, bajé la madera y la apoyé en el piso del balcón, fui a buscar la agujereadora, ajusté la broca, y les hice unos agujeritos mínimos a las maderas (aproveché y también se los hice a dos de los estantes de la otra pared) por donde luego las ajusté con un tornillito a la ménsula. Armé todo otra vez, y ahora ya eran como las siete de la tarde. Todo el día con esto. Y todavía faltaba pasar la aspiradora y trapear toda la casa. Al rato, terminé. Bien, ya eran como las nueve de la noche, pero la casa estaba impecable. Los estantes preciosos, los libros ordenados, no volaba ni una mosca.
Sonreí. Oteé. Miré de forma panorámica, quiero decir. Sonreí de nuevo. Me hice un mimo, pensé. Contentísima, saqué fotos de cada ambiente, tan lindo, ¡tan lindo!
Y entonces, sí, recién ahí... cené algo (eso significa que cociné primero) y me puse a leer.
A las cuatro y media de la mañana me fui a dormir.
A las siete y media me levanté y a las nueve me fui a trabajar.
Desde las diez hasta las seis y media trabajé en ese trabajo nuevo que me llevó un tiempo loco porque todavía no le cacé bien la onda.
Llegué tarde a la facultad por no terminar el trabajo a las seis como debería. De ahí me fui a comprar apuntes al Centro de Estudiantes lo cual me llevó al menos cuarenta y cinco minutos, y finalmente me dirigí a nuestro ya archi-conocido cincuentitrés, con el cual llegué a casa necesitando una buena ducha tibia y un buen plato de verduras pasadas por el guók.

Dejé bolso, camperita, me fui sacando las zapatillas por el camino, miré el living orgullosa ¡tan lindo todo! y al pasar al baño me pareció ver algo raro hacia mi izquierda...
Volví sobre mis pasos.
Un libro abierto. ¿Abierto?
Un libro abierto en el piso. ¿Quién lo abrió?
Un libro abierto en el piso y algo raro a su lado. ¿Qué pasó?
Un libro abierto en el piso y algo raro a su lado que parece tierra.
No, tierra no. Uy.
Acá pasó Algo.

Muy despacio entré al famoso Zoom, como con miedo de hacer un movimiento que incitara a la desgracia que ya era inevitable porque ya había sucedido. Miré al techo, ¿se vino abajo el revoque? Al dar vuelta a la puerta, que me quitaba la visión de la estantería que está sobre la pared que da al baño, lo vi.
No, claro, no era el revoque.
Deduzco que la mosca aquélla que no volaba, al final resultó que sí lo hacía y se vino a posar justo en el segundo estante empezando desde arriba. Se ve que la cosa andaba delicada y la guacha estaba gorda, lo cual provocó el desplome de ese estante sobre el tercero y el derrumbamiento absoluto de éste sobre el cuarto. Si una imagen vale más que mil palabras, yo no sé. Pero aquí va la cobertura periodística. El antes y el después...

Nótese la madera atravesada sobre la silla. Y la arena cual mini playa en el piso... Veinte centímetros tenía la montaña de libros descuajeringados y David Viñas (a la derecha, al medio, un libro azulado con dos ojos) viendo atentamente cómo sucedía todo, no hizo nada para evitarlo, el muy agrio.

Acá termina entonces mi fabulóide acerca de cómo las cosas que van caminando bien y luego cada vez mejor, de pronto, se vienen abajo, así nomás, por una ménsula que se desprende, no por negligencia, no por falta de atención ni dedicación, sino simplemente porque se resbala y se viene abajo porque sí. Porque porque. Porque no hay explicación para lo que pasa. A veces no hay explicación para lo que es.

2 Comments:

Blogger N said...

queangustia, queANGUSTIA!!!, iba leyendo y mantenía la respiración previendo la "crónica de una marianada anunciada".. esto es una auténtica tragicomedia!!!. Esto te ocurre por leer (u ordenar).
Genial la moraleja final al más puro estilo "murphyniano", señor y guía de mis andares.
Besos.

jueves, abril 20, 2006 5:27:00 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Si si, una ley de Murphy (no Edie, sino el otro, el de las leyes que se cumplen) diría que "por más empeño trasnochador que le pongamos a la limpieza integral de un desorden escatológico, siempre hay unas ménsulas guachas que se ponen de acuerdo para amargarnos el orden"; aunque seguro lo dirá con otras palabras. Yo que tengo todo metido encima de la cómoda (la cómoda no es la tortuga que también es bastante comodita, sino el mueblecito de abuelos ese) no tengo problem con las ménsulas.
Ahora me dio ganas de ordenar a mi también y como ya es la 1.10 y en un rato me tengo que levantar para ir al diario mejor me voy a leer un poco y recién me acuerdo o desacuerdo dependiendo del entusiasmo, de la limpieza otro día que me dé por marianizarme.
Quien diría no? imagino que tanto orden fue para recibir a exu (al final quedó exu o le colocás cucharona?) y ahora la muy guacha te va a empezar a destrozar todo. Ojo, no te olvides del 29 con ella.
Besos
@röl

miércoles, abril 26, 2006 1:15:00 a. m.  

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