miércoles, abril 26, 2006

M#10 Exu!

Exu é senhor dos destinos, guardião dos caminhos e das encruzilhadas. Mas a fama que carrega é injusta - Exu nada tem a ver com o demônio da cultura ocidental. Dono de mistérios insondáveis, este mensageiro dos deuses concilia força, criatividade, poder e astúcia, mas pode se revelar também prestativo e protetor. Na África e entre os estudiosos do candomblé, Exu será sempre sinônimo de vida, liberdade e axé.
Exerce o papel de propulsor do desenvolvimento, de mobilizador, de fazer crescer, de ligar, de unir o que está separado, de transformar, de comunicar e de carregar.
Exu realmente brinca e se diverte, possibilitando brincadeiras e prazeres aos seres humanos.

Exu is in home... Brinca muito, já aprendeu a usar o banheiro. Se joga de cima da caixa que ainda é a cama dela e leva cada tombo! Come bem e bastante. Parece que não chora à noite, por enquanto pelo menos. Mia mais quando eu chego em casa e não fico com ela. Quando eu não estou em casa não faço a mínima idéia se mia ou não. Gosta de se enfiar em qualquer buraquinho. Se assusta com o lavapratos ligado e se "esconde" nos degraus da escada (quanto mais em cima melhor, a passagem para a área tá clausurada para gatos) toda encolhidinha. É mimosa e é capaz de dormir no colinho (desde q a gente fique sentada, porque se quiser passear com ela no colo, ela esperneia e se manda).

Ta aí! :)


viernes, abril 21, 2006

M#9 Plan de estudio

Plan de Estudio de Letras
Año 1:
A
B
C
D Año 2: E F G H Año 3: I
B' C' H' G'
Año 4: J
Y
K
Z
Año 5: L M B" N O
Año 6: P Q R S T U V
Año 7:
W Año 8: X F'
H'
J' F" Año 9: S' U' D' O' R'
Año 10: Seminario obligatorio: ¿cómo tramitar su título?
Año ¿?: ¡Felicidades! ¡Zá! ¡splashhhsrldp! ¡fushhh! (onomatopeya de huevo y harina)

miércoles, abril 19, 2006

M#8 Broche de oro (Marianadástrofe)

El domingo me decidí y me puse a limpiar. No es que estuviera todo terriblemente mugriento. La verdad es que todavía no estoy en esa época en la que me la paso arrancándome los cabelios frente a la computadora intentando escribir la menor cantidad de sanata en alguna monografía para la facultad, lo cual me imposibilita aún de lavar mis tazas de té y de café que van formando una fila sobre la mesada igual a la del banco cinco minutos antes de cerrar, y cuanto más de pasarle un trapo al piso o sacarle el polvo a los muebles del living. No, no era el caso, estaba todo más o menos bien. Pero justamente, para que todo siguiera bien, limpio, lindo, precioso, el domingo me decidí y me puse a limpiar.

¡Quedó tan impecable! En el living descubrí que atrás de un florero bajo la cómoda de al lado de la ventana, hay más piezas de alfarería que hice allá por el año ’94. No son de las más feas. Hay unas muy deformes que lleno con arena y las pongo para sostener los libros de la biblioteca, éstas son bastante menos deformes. Se me ocurrió, entonces, que podría llenarlas de arena y también ponerlas para sostener libros de la biblioteca; bueno, pero otro día, mejor sigo limpiando acá, y acá, y acá, y acá...

Después pasé por el baño que es de las partes más preciosas de mi casa, sobre todo después que me puse de plomera una mañana y cambié todo el sistema de la cadena del inodoro. Para los que hayan venido a casa el año pasado, se acuerdan que siempre había algún problema y había que bajar el agua tirando del alambrecito... ¡Ya no! ¡Ahora hay botón y funciona! (como en cualquier baño razonable.) Y bueno, además de eso es lindo (el baño, digo) porque tiene un cuadrado en el techo por donde pasa la luz natural, lo cual es bueno para el potus que crece de manera kitsch en la bañadera.

De ahí pasé a la habitación principal, donde también quedó todo divino, salvo arriba de la cómoda que me resulta directamente imposible ordenar o, cuando lo logro, se desordena en medio día, y yo no sé por culpa de quién. Se desordena solo, te lo juro.

La cocina es la parte más limpia de mi casa, junto con el baño, así que por ahí pasé rápidamente. Y por el pasillo también porque es bastante fácil, a pesar de las telarañas que se pegan –no sé qué tienen, pienso que Voligoma o algo así- debajo de la cómoda (¡cuántas cómodas en casa! Deben llamarse distinto y yo no sé) y resulta complicado de sacar: hay que dar vuelta la aspiradora (la parte que aspira, no toda la aspiradora) y meterla así, boca arriba, entre el piso y la cómoda (que tiene unos piecitos) tratando de sobrellevar los relieves de la madera y absorber las colonias de arañas que se abrigan ahí. En general no me meto con las arañas de mi casa, a menos que se metan conmigo. Una vez, por ejemplo, una se bajó justo entre mis ojos y el monitor de la compu. Fue como un suicidio, pobre araña, ¿a quién se le ocurre molestar a la giganta así? (La giganta ce muá, ofcors.) Y otra vez, cuando tenía visitas en casa, una araña bastante poco tímida –por su tamaño, digo, además de la actitud- se bajó en su hilo en medio del pasillo, donde yo estaba preparando un trago riquísimo para una de mis invitadas. Fue todo uno (siempre quise escribir “fue todo uno”): tomarla desde el hilito y bajarla al piso para darle un suelazo con mi sandalia.

Pasé por fin al escritorio, lugar que suelo llamar Zoom, Zalón de Oosos Múltiples. Es un lugar para hacer de todo: trabajar, estudiar, escuchar música, ver películas con sonido surraun, cantar, leer, escribir, esperar a que se te pase el chichaqui -“resaca”, en ecuatoriano-, y por supuesto portarse como una osa: desperezarse, domir, apachurrarse, beber, comer y muchas cosas más.
Pasé y ¡puf!, me detuve un segundo antes de empezar. Un segundo que sirvieron para dos respiraciones y ningún pensamiento. Bastaría medio pensamiento para largar aspiradora y todo y ponerme a hacer cualquier otra cosa, incluso estudiar. De hecho, a esa altura lo que me torturaba era saber que me faltaban al menos dos textos para leer para la clase del día siguiente. Sin embargo, miré incrédula los libros en sus estantes y me dije, sin creérmelo, “hoy los voy a ordenar”. Así que, todavía sin darme ni dos gramos de crédito, me puse a ordenar todos mis libritos de las dos estanterías. Empecé con la que está en la pared que da al living, ésa que pasó unos cuantos meses y todas las vacaciones con dos ménsulas muy sueltas, casi a punto de desmoronarse porque la pared es del año '30 y muy arenosa a pesar de muy gruesa. Era gracioso oír a cada tanto y sobre todo por la noche los pequeños estallidos de la ménsula corriéndose milímetro a milímetro hacia fuera y comprobar cada mañana que pese a todo, el estante seguía ahí y los libros también. Eso, por fin lo arreglé a principios de este año. Cambié las ménsulas y puse tarugos más grandes.
Después seguí con la que está en la pared que da al baño. Ésa se portaba bien. Siempre firme, derecha, nunca un estallidito ni nada. Saqué todos los libros, los ordené por tema y autor en el piso y los volví a poner sobre los estantes. Ya estaba terminando cuando noté que el estante inferior estaba un poco flojo, no la ménsula, ésa estaba bien, pero el estante se resbalaba sobre ella, como un patín. Así que hice pucherito tres veces y volví a sacar todos los libros, bajé la madera y la apoyé en el piso del balcón, fui a buscar la agujereadora, ajusté la broca, y les hice unos agujeritos mínimos a las maderas (aproveché y también se los hice a dos de los estantes de la otra pared) por donde luego las ajusté con un tornillito a la ménsula. Armé todo otra vez, y ahora ya eran como las siete de la tarde. Todo el día con esto. Y todavía faltaba pasar la aspiradora y trapear toda la casa. Al rato, terminé. Bien, ya eran como las nueve de la noche, pero la casa estaba impecable. Los estantes preciosos, los libros ordenados, no volaba ni una mosca.
Sonreí. Oteé. Miré de forma panorámica, quiero decir. Sonreí de nuevo. Me hice un mimo, pensé. Contentísima, saqué fotos de cada ambiente, tan lindo, ¡tan lindo!
Y entonces, sí, recién ahí... cené algo (eso significa que cociné primero) y me puse a leer.
A las cuatro y media de la mañana me fui a dormir.
A las siete y media me levanté y a las nueve me fui a trabajar.
Desde las diez hasta las seis y media trabajé en ese trabajo nuevo que me llevó un tiempo loco porque todavía no le cacé bien la onda.
Llegué tarde a la facultad por no terminar el trabajo a las seis como debería. De ahí me fui a comprar apuntes al Centro de Estudiantes lo cual me llevó al menos cuarenta y cinco minutos, y finalmente me dirigí a nuestro ya archi-conocido cincuentitrés, con el cual llegué a casa necesitando una buena ducha tibia y un buen plato de verduras pasadas por el guók.

Dejé bolso, camperita, me fui sacando las zapatillas por el camino, miré el living orgullosa ¡tan lindo todo! y al pasar al baño me pareció ver algo raro hacia mi izquierda...
Volví sobre mis pasos.
Un libro abierto. ¿Abierto?
Un libro abierto en el piso. ¿Quién lo abrió?
Un libro abierto en el piso y algo raro a su lado. ¿Qué pasó?
Un libro abierto en el piso y algo raro a su lado que parece tierra.
No, tierra no. Uy.
Acá pasó Algo.

Muy despacio entré al famoso Zoom, como con miedo de hacer un movimiento que incitara a la desgracia que ya era inevitable porque ya había sucedido. Miré al techo, ¿se vino abajo el revoque? Al dar vuelta a la puerta, que me quitaba la visión de la estantería que está sobre la pared que da al baño, lo vi.
No, claro, no era el revoque.
Deduzco que la mosca aquélla que no volaba, al final resultó que sí lo hacía y se vino a posar justo en el segundo estante empezando desde arriba. Se ve que la cosa andaba delicada y la guacha estaba gorda, lo cual provocó el desplome de ese estante sobre el tercero y el derrumbamiento absoluto de éste sobre el cuarto. Si una imagen vale más que mil palabras, yo no sé. Pero aquí va la cobertura periodística. El antes y el después...

Nótese la madera atravesada sobre la silla. Y la arena cual mini playa en el piso... Veinte centímetros tenía la montaña de libros descuajeringados y David Viñas (a la derecha, al medio, un libro azulado con dos ojos) viendo atentamente cómo sucedía todo, no hizo nada para evitarlo, el muy agrio.

Acá termina entonces mi fabulóide acerca de cómo las cosas que van caminando bien y luego cada vez mejor, de pronto, se vienen abajo, así nomás, por una ménsula que se desprende, no por negligencia, no por falta de atención ni dedicación, sino simplemente porque se resbala y se viene abajo porque sí. Porque porque. Porque no hay explicación para lo que pasa. A veces no hay explicación para lo que es.

domingo, abril 02, 2006

Tengo una cita

Como se habrán dado cuenta, anduve encantada leyendo a Mempo Giardinelli este verano y acá traigo una cita que, de generosa nomás, comparto. Y lo hago porque al leerla me pensé hija de mi padre y recordé a mi papá leyéndome al don Juan de Castaneda y tirándome el I-Ching y haciéndome las Flores de Bach en su época más mística; y poniendo sus discos de jazz que yo escuchaba desde mi habitación; y un tiempo antes, llevándome los sábados a la avenida Corrientes a pasarnos horas, cada uno en su sección favorita de la librería Fausto, o cualquier otra, para elegirnos un (UN) libro de entre todos los deseados y comprarlo. (Así, yo leía feliz un montón de porquerías, cuentos de misterio que se solucionaban leyendo el final con un espejo y etcétera.) Lo recordé enseñándome a multiplicar, cosa que todavía no nos habían enseñado en la escuela, y también me acordé de su cara al jurarme frente a un enorme plato de pescado que bueno, que no coma, pero que ya me iba a arrepentir cuando creciera de nunca haberlo probado. Recordé todo eso, que es lo que pasa por mi cabeza cuando le hablo de mí y de mis cosas y le agarra la narcolepsia, es decir, se le van cerrando los ojitos sin previo aviso y se duerme, tan de a poco, tan así nomás, tan naturalmente como cuando al anochecer íbamos por una ruta casi siempre recta y aburrida y solitaria y yo contaba chistes verdes (algunos de Jaimito) y gritaba “¡Curvaa!” cuando por casualidad aparecía una y me hacía la canchera y me reía para despertarlo y espantar mi miedo de irnos al carajo en cualquier súbito momento de ensoñación paterna. Pero tan impunemente lo hace, que me da pena antes que bronca y entonces chasqueo fuerte mis dedos frente a su nariz para que pegue un saltito y diga “uy, estoy molido”. También me pensé hija de mi madre y de todas sus peripecias a escuelas, médicos y dentistas, y luchas contra el glacé que nunca llega al punto para la cobertura de la torta de Pantera Rosa, y piojos combatidos a tijera, uña y vinagre, y silencios y trenzas que no me hacía para quedarse sentada mirando el ropero (en realidad miraba al vacío, pero yo creía que era el ropero), y de su esfuerzo por decir algo coherente cuando le pregunté a los nueve años, muy compungida y preocupada, si “a ese señor” que vendría a ser su novio, “¿ya le mostraste las tetas?” La recordé algunos años después lavando los platos, fijando la vista en la espuma derramándose sobre los vasos para contarme lo justo, ni más, ni menos, acerca de coger por primera vez (iba a poner “perder la virginidad”, pero como creo que en realidad antes que perder lo que sucede es que una gana, prefiero rozar la ordinariez y poner coger, mal y pronto si se quiere, como ya es moneda corriente en este bloGG). La oí además tratando de relajar la preocupación de mi papá que pensaba que a los doce años íbamos a aparecer las dos nenas embarazadas y quién sabe además drogadas, y por eso nos compró un libro graciosísimo, ochentoso y rosado, sobre la sexualidad de la mujer y, al menos una vez a cada una, nos dio vuelta los brazos a ver si encontraba pinchazos de jeringas. (¡Uy, volví a papá!).

Pero al releerla además me pensé madre –cosa que todavía no soy y quién sabe si hay un futuro en ese “todavía”. Y de haberlo, voy a venir acá y voy a leer esta cita –en realidad, un extracto. Se trata de Pedro (¡otra vez el chaqueño!) en una carta a su hermana (¡otra vez una carta!) Acá van algunos fragmentos:

“Querida hermanita:
[...] Anoche vinieron unos amigos a cenar, les hice una fondue de queso que se relamieron los dedos, y después se armó una charla fenomenal porque todos andan buscándome novia pues dicen que ya me pasé de misógino con tantos años de separado sin volver a hacer pareja. Eso no es cierto, porque el hecho de que uno no tenga pareja estable no significa más que eso: que uno no tiene y etcétera, etcétera. Pero parece que pone nerviosos a los amigos. Y a las mujeres de los amigos [y a la familia, digo yo], como una chica que se llama Citlali, que en lengua náhuatl quiere decir Estrella y quien me preguntó «oye y tú, a ver dime, ¿qué es lo que quieres de una mujer?» y se sentó con las piernas abiertas y cigarrillo en mano como para no admitir respuestas elusivas ni ligeras. Yo le contesté que bueno, que quién soy yo para «querer» de una mujer, ¿no? ¿Qué cuál era la pregunta? ¿Cómo quiero que sea una mujer conmigo, qué deseo que me dé? ¿Y quién soy yo para exigir que una mujer me dé esto o lo otro? Apenas puedo decir «espero», «creería bueno», «me parecería interesante» que la mujer simplemente sea lo que puede y quiere.
“Hoy para mí esto es una cuestión ontológica. Y me di cuenta anoche, la verdad. Porque mis amigos se fueron y yo me quedé pensando en mis hijas, ¿sabés? He procurado darles una educación pero entendiendo por tal mostrarles un sentido de la vida. Una estética para vivir, [...] Quiero inculcarles una ética privada que yo tengo y que me gustaría que ellas advirtieran. Educación en el sentido de ofrecerles oportunidades, en el entendido de que todas están a la mano y sólo dependen de su voluntad, de su esfuerzo y de su decisión. He tratado de enseñarles que todo es posible para ellas, pero no porque son mujeres sino porque son personas. Porque no son gallinas ni moscas, como diría Cortázar, y porque han tenido la fortuna de alcanzar el más alto escalón de la variedad biológica. [...] Te acordás cuando frente a los negativos, los imposibilistas, los nietzscheanos que siempre se oponen a todo y son capaces de devaluar cualquier idea, él decía bueno, muy bien, entonces si no podemos transformar la realidad al menos déjenme soñar con las transformaciones.
“Tantas cosas que uno quiere enseñar a los hijos. A vos también te ha de pasar. Lo hacemos aún sabiendo que ellos después van a ignorar nuestras enseñanzas. Como lo hicimos nosotros cuando éramos solamente hijos. [...] Pero es inevitable que uno de todos modos transmita los modelos que cree válidos. Uno cree en ellos, para decir verdad, porque son los únicos que tiene, los que fue encontrando, los que quedaron luego de infinitos descartes inconscientes. No hay prueba y error, hermanita, sólo vocación de continuidad, que eso es la paternidad. Yo a mis chiquitas he tratado de enseñarles todo esto y mucho más, y lo hago cada día, cada tarde, cada noche que pasamos juntos. [...] no te imaginás cuánto tiempo estoy yo con mis nenas. Yo no soy de esos padres domingueros que dedican un domingo cada tanto con sus hijos y no saben qué hacer con ellos más que aburrirse juntos en un parque o tomando helados. Yo estoy muchísimo con ellas, las llevo y las traigo, las busco en el colegio, las depiojo, les hice agujeritos en las orejas para los aretes cuando ellas me lo pidieron, les organizo sus fiestas de cumpleaños, las llevo a jugar con sus amiguitos, y al pediatra, a natación, a estudiar piano, guitarra o lo que quieran, carajo, todo esto le dije anoche a Citlali, cómo es eso de «querer» de una mujer, a mí lo que me importa es que mis hijas sean lo que quieran y sepan ser, y esto implica ser libres.
“[...] Pero a veces creo que han salido mucho más a Laura que a nosotros... [...] Por eso mismo me empeño en enseñarles siempre lo diferente. Por ejemplo, parece mentira que soy yo el que les enseña que su sexo es hermoso y deben saber disfrutarlo y con orgullo. Fijáte que el otro día me dice Miranda [...que...] «Mamá no duerme con Ricardo. Son novios pero no duermen juntos hasta que se casen.» Me envenené, Alber. Agarré el teléfono y le rajé una puteada diciéndole que cómo les mentía de ese modo a las crías, si acaso tenía vergüenza de coger sabroso o qué le pasaba, y que por favor les dijera a sus hijas que sí dormía con Ricardo y con otros, y que coger no tiene nada de malo y es lindísimo y no es pecado, y te juro que me pongo verde de la rabia, me tiembla el pulso de sólo acordarme.
“Por mi parte, [...] tuve que aprender que no hay promesa de reinos por conquistar sino sólo el maravilloso, contradictorio, mutante y exquisito reino de este mundo. [...] Un mundo en el que todo puede decirse, pero sobre todo debe decirse. [...] No hay convención social ni familiar que justifique el silencio: ni el piadoso ni el cobarde ni el agresivo. Y entonces siendo mujeres en un mundo machista, su labor principal ha de ser, probablemente, aprender a romper el silencio. ¿No te parece que cuando la mujer hace silencio es insoportablemente machista, aunque no lo sepa?
“Y claro, yo no sé si mis hijas entienden esto, ni si lo entenderán algún día. ¿Cómo lograr que la idea de que la dignidad no es igual a la soberbia, o de que el orgullo es mala hierba, no sean sólo frases? ¿Vos sabés la fórmula, querida? ¿Cómo transmitirle seguridad a mis hijas, a tus hijos, cómo, de qué manera si nos hemos debatido en la inseguridad, si andamos a tientas, si apenas al borde de los cuarenta años empezamos a darnos cuenta de que el único antídoto contra la inseguridad es la búsqueda, pero para buscar primero hay que superar todos los miedos y a la vez hacerse cargo y ser responsable de ellos y convivir y llevarlos con uno?
“ [...] la verdad es que no quisiera hablar de la mujer ni del varón. Quisiera simplemente hablar de ser persona. O sea de la integridad. Yo quiero eso: que cada uno sea como pueda, como quiera, como sepa. Y como le hayan enseñado, desdichadamente.
“Estoy, sí, en el terreno de las conjeturas y eso es riesgoso. ¿Pero no está en estos riesgos, quizá, la potencial respuesta recuperatoria de esa idea tan ajetreada y desteñida: la integridad? ¿Qué integridad le exigimos a otros, y tan luego a nuestros hijos, si nos criaron desintegrados, atomizados, mentidos, disgregados, parcializados, en una perfecta y demente dialéctica de buenos y malos (pienso en la Nona), de verdad y mentira (pienso en las tías), de amor y de odio (pienso en mamá...), de aprobación y rechazo, de absolución y culpa, de levedad y peso, de filo, contrafilo y punta (y pienso en la Argentina, Alberta, querida), de qué integridad hablamos?”

(Mempo Giardinelli, El Santo Oficio de la Memoria, Ediciones B, págs. 263-267.)